jueves, 16 de diciembre de 2010

Mercedes

Nací y crecí en un pueblecito de Albacete, Higueruela. Mis padres me dieron la mejor de las educaciones, iba a misa los domingos y a veces también entre semana. Ayudaba a mi madre con las tareas del hogar mientras mi padre trabajaba en el bar, y esta nos instruía a mi hermana Fede y a mí por las mañanas. No quiso que fuéramos al colegio porque tuvo un problema con la maestra, doña Hermenegilda, relacionado con unas tierras. Los niños de la escuela se metían con nosotros por ser raros.

Mi madre murió en un accidente mientras ordeñaba una de las vacas. Fue terrible. Entonces yo tenía doce, y mi hermana seis años. Mi padre empezó a volver más tarde de lo habitual; a veces traía mujeres. Tuve que ocuparme de mi hermana, y ella tuvo que hacerlo de mí.

Mi padre se fue de casa, dejándonos a Fede y a mí solos. No lo sentí, eso no cambió nada, salvo el hecho de que tuve que empezar a trabajar para don Colungo durante todo el día.

Fede me recibía cada noche con una sonrisa en la boca, hacía que mereciera la pena todo el trabajo. Me di cuenta de que estaba enamorado de ella. Cierto día la cogí de la mano y le pedí que fuera mi esposa. Don Camilo no nos dio permiso, pero nos daba igual porque hicimos una fiesta discreta e íntima. Pasamos unos años maravillosos, pero nos faltaba algo, nos sentíamos solos. Pensamos en tener hijos, de modo que, como dijo madre que hizo ella, decidimos escribir a la cigüeña para tener nuestro hijo en navidades. Esperamos pacientemente durante meses, pero nunca recibimos nada.

Decidimos ir hacia allá, a París, a pedir personalmente a la cigüeña que nos hiciera ese favor. Ahorramos durante un año y en un par de días ya estábamos en la ciudad del amor y los niños. La gente hablaba de forma extraña, pensamos que sería el frío clima de la zona, de modo que tuvimos que apañárnoslas para encontrarla.

El tercer día, sentados en los bancos de una gran plaza, delante de una gran iglesia, la vimos. Volaba muy alto y deprisa, con un aire muy majestuoso. Fede y yo nos levantamos de un salto y empezamos a hacerle señas y gritar que queríamos una niña pelirojita y con pecas. Se marchó tan rápido como apareció, de modo que nos preguntábamos si surtió algún tipo de efecto. Nos volvimos a sentar y esperamos pacientemente el resultado.

Estuvimos una semana más. Fede sugirió ir de vuelta a Higueruela. Nuestra niña debía de estar ahí, decía, pero yo la disuadí, argumentando que lo lógico sería que nos la entregara en el mismo París porque así se ahorraría sobrevolar tanta distancia.

El octavo día la vimos. Estábamos en unos grandes almacenes y la niña, con trencitas rojas a los lados y pequitas cubriendo sus dos mejillas sonrosadas, se nos acercó mientras balbuceaba algo muy asustada. Fede y yo nos abrazamos con una tremenda alegría y empezamos a saltar y a colmar a nuestra nueva hijita de besos. Fede lloró, y también la niña cuando nos la llevamos al coche después de la gran celebración.

La llamamos Mercedes, ya que no paraba de gritar algo parecido a meg. Somos muy felices, y ya estamos ahorrando para el segundo.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Sudor

Corrían sin descanso en una larga carrera que los debilitaba con cada coletazo. Se empujaban, pisoteaban y tropezaban entre ellos en la competición más importante de sus vidas. Entre ellos sobresalía uno, estaba concentrado, con la mente puesta en el objetivo mientras iba adelantando a unos y otros. Piensa en la recompensa a su esfuerzo y se ve ganador. El sufrimiento es inevitable, el dolor es el resultado. El acto de correr roza lo metafísico, se siente elevado, cree haber trascendido del plano de lo puramente físico a algo grande, mucho más grande. La meta es el nirvana, un lugar donde desarrollarse plenamente. Corre para dar sentido a su existencia. Corre para llenar un vacío. Corre para cumplir con el objetivo que le fue asignado. Corre por placer. Debe ganar o morir. Por fin llega, y se oye un grito ensordecedor.

En un bus

El primer día de clase te sentarán frente a aquel chico de gafitas. Os haréis amigos y te presentará a Carlos. Irás a casa acompañada de ambos y al despedirte el chico de gafitas te dará un beso en la mejilla antes de salir corriendo. Te acompañará todos los días. Os haréis novios. Verás a tu madre coger el coche, la despedirás con un déjame en paz y esa será la última vez que la veas. Te acostarás con el chico del Peppers y descubrirás lo tonta que has sido por esperar tantos años. Te acostarás también con el del Camelot y el de Lingüística aplicada. Se lo contarás a tu novio. Tendrás niños y los verás crecer. Uno será arquitecto, el otro drogadicto. Tu marido te dará una bofetada y te irás de casa. Tendrás reuma y cogerás el bus cincuenta y tres para ver a tu padre. Tendrás un accidente y tus sesos se estamparán contra el cristal de salida de emergencia. El primer día de clase te sentarán frente a aquel chico de gafitas. Os haréis amigos y te presentará a Carlos. Irás a casa acompañada de ambos y al despedirte el chico de gafitas te dará un beso en la mejilla antes de salir corriendo.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Vacaciones

Qué bien que vayamos a la playa, Charles. Siempre he querido viajar, conocer mundo... Creía que cuando nos casáramos todo sería diferente. Que me llevarías a bailar, que me acompañarías de tiendas, que celebraríamos en casa las fiestas de cumpleaños de los niños, que iríamos a la ópera y otras parejas nos envidirarían... Pero no, tú nunca me sacas de casa. Y estoy harta de que no lo hagas. Estoy harta de eso y de que dejes los calcetines sucios por el suelo. Y de que al llegar a casa dejes el abrigo en el primer sitio que ves. Estoy harta de tu falta de romanticismo, ¿hace cuánto que no me besas al llegar a casa? ¿Hace cuánto que no me traes flores? ....Oh, Charles, ¡Charles! ¿En qué momento perdimos todo eso? ¿Cuánto tiempo ha pasado? ... ¡Charles! ¿Quieres hacerme caso cuando te hablo? Deja de jugar con esas cuerdas y arghh... Char-... ghhh... por...ghh fa...argh...

jueves, 7 de octubre de 2010

GG

Había sido rechazado. El Empire State, unas flores, una hora. Las 7:01. Allí estaría esperándola. “Ven, u olvídame para siempre”.

Ella no fue.

De noche se movía entre prostitutas y alcohol. Su gabardina olía a sudor y lágrimas. Dos tipos lo asaltaron. “Danos todo lo que tengas”. De forma calmada dijo que tenía dinero, que podía ir a un banco a sacarles lo que quisieran. Metieron la mano en su bolsillo. ¡No! ¡Eso no! ¡Dejadme la caja! ¡Todo menos eso! —gritaba mientras forcejeaba con ellos.

Se oyó un disparo y una risas y todo quedó en silencio.

Él yacía en el suelo manchado de sangre con una expresión terrorífica de indiferencia en su cara. Se habían llevado el único recuerdo que le quedaba de ella. Había tirado todo lo que le pertenecía a ella a la basura. Sus regalos, sus cartas, sus libros, la ropa que se dejó, los resguardos de las entradas y viajes que hicieron juntos. Borró las fotos y los mensajes; su número, su pasado y su cara…. Y se habían llevado lo único que le importaba en la vida, el anillo con el que le propondría matrimonio, y la herida lo estaba desangrando.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Limpieza racial

Habia estallado la guerra. Se habían llevado a Reuben y a David. Los judíos no podían tener un cargo público desde que los nazis ganaron las elecciones en el treinta y tres, no podían ir a la piscina o al cine y sólo podían sentarse en bancos pintados de color amarillo. Sus pinturas eras consideradas arte degenerado y enfermizo, no podían casarse con no-judíos para preservar la raza, no podían subir a autobuses ni tranvías e iban marcados como si fueran ganado. Inventaron las cámaras de gas y el ciclón B para acelerar el proceso. Los científicos idearon cómo fabricar jabón a partir de la grasa de la gente que moría en los campos de concentración. Antes de enviarles a las cámaras de gas les rapaban la cabeza; su pelo se usaba para rellenar colchones o para el cabello de muñecas. A la gente asfixiada se les extraían los dientes de oro y a algunos se les quitaba la piel para hacer pantallas de lámparas. Para el jabón, por cinco kilos de grasa se añadían diez litros de agua y un kilo de sosa, se hervía durante tres horas, se añadía un poco de sal y se dejaba enfriar.

También se llevaron a Naomi, él mismo la delató. Era de noche y él había ido a su casa. Bebieron unas copas, rieron, se acostaron y un par de horas más tarde Bernard se despidió con un beso en la frente antes de traicionarla y ser el responsable de que la enviaran a Auschwitz. Había pasado ya más de un año desde entonces y se preguntó por qué recordaba todo eso ahora. Sus ojos se abrieron, los mismos que vieron toda esa crueldad en Buchenwald, y en su cara se dibujó una fría mueca de terror. Cortó el chorro de agua y arojó el jabón contra la pared antes de estallar en un desgarrador grito de locura. Horas más tarde pasó del ejército a un manicomio alemán.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Beneficios laborales

En el colegio siempre nos decían que debíamos estudiar duro para conseguir dinero y ser alguien en esta vida. La hermana Blanca nos recomendaba estudiar carreras como Medicina, Derecho o alguna ingeniería. Marcos era el empollón de la clase y hoy es un conocido juez de Barcelona, Alicia era la típica niña rica y lista y hoy trabaja en la IBM, de Pepe sé que se metió a piloto y que cobra un pastón, y esos son los tres compañeros a los que mejor les va de mi promoción. Yo no hice ninguna carrera, ni siquiera terminé la educación obligatoria, pero la calle se convirtió en mi principal objeto de estudio y aprendí a hacerme con el mercado de la droga. Al final fui yo el que mejor posición económica consiguió.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Dispares

Se levantaba a las siete para salir con el ganado. Eleuterio se lavaba la cara y se vestía con una camisa vieja y botas. Comía fuera y paseaba durante todo el día con ellas. Levanta la patita, bonita. Ahora voy, pequeña. Lavaba a Lechosa y Cuca con cuidado con la manguera y volvía a casa para cenar. Comía deprisa y sin hablarle a su mujer. Estaba tenso y de vez en cuando soltaba alguna grosería. Por las noches volvía con sus dos cabritas. A veces dormía fuera.

viernes, 27 de agosto de 2010

Túes.

Ayer quedé con Sergio. Un café que se alargó hasta unos pinchos, unas cervezas, unas cuantas copas y un revolcón en su ático de madrugada. Me fui sin despedirme ni dejarle mi teléfono. La semana pasada fue Mario, un abogado de treinta años. Estábamos los dos buscando libros de Neuman en la librería de la esquina y empezamos a hablar de poesía y sobre lo pretenciosos que pueden llegar a ser los artistas. Salimos a la calle y me invitó a su casa a prepararme una comida japonesa que estaba de muerte. También dormí ahí. Mañana he quedado con Pablo, un compañero de la facultad. Es alto y tiene los ojos verdes; muy mono. La última vez que le vi me sonrió y me dijo que quería volver a verme. Con Enrique sólo recuerdo que era de noche y acabamos hablando sentados en el borde de la acera de fuentes de letras y del efecto que producen (¡la comic sans es horrible!). Siempre evito hablar de mí misma, de lo que siento, de cómo ha cambiado mi vida desde que se fue. No hago ascos a nada, me pone cualquiera con un poco de labia y una bonita sonrisa. No pido más. Sergio, Mario, Pablo, Enrique, Timmy, Pepe, ¿Juan?. No me gusta dormir sola. Cada noche es uno diferente, pero en la oscuridad y silencio de la noche, cuando sólo se adivinan nuestras siluetas, te beso, te acaricio, te susurro, te abrazo a ti. Cada día tienes un cuerpo, un aroma, un sabor diferente. Nunca te dejo hablar. Me tocas el pelo y me muerdes y sé que eres tú. Te digo que te quiero y que eres el hombre de mi vida y por la mañana me voy a duchar a casa y me preparo para nuestro próximo encuentro. Me encanta que me sorprendas cada noche así.

jueves, 26 de agosto de 2010

Fecha de caducidad/Consumir preferentemente antes de…

Debió decirme que tenían fecha de caducidad. Debió avisarme de que sus te quieros tenían un plazo de validez de un par de meses; me sentaron mal. Debió avisarme de que si tomaba sus besos a sorbos caería enferma, que no debí pedirle más ni engancharme a su olor de forma tan obsesiva. Me empaché desequilibradamente de su cuerpo en una madrugada fría y seca como se volvieron sus palabras desde entonces. Aquella noche mi boca buscaba la suya de forma desesperada, corría entre lágrimas a encontrarme con sus manos, gritaba de pasión por oírle respirar cerca de mi oído y decirme que quería que me fuera con él. Sentía el ardiente fuego en sus pupilas mirándome y desgarrándome el cuerpo y el alma lenta y rítmicamente. Me inyectó su veneno hasta el fondo infectándome el vientre y el pecho. La pasión se asomaba por la comisura de sus labios formando una mueca de placer que mi retina capturó de forma indeleble condenándome a sufrir hasta la eternidad. Mató de un disparo y sin temblarle el pulso las mariposas de mi estómago cuando le vi irse sin mirar atrás y el agujero no cicatriza. Porque no debí, porque estaba en mal estado, porque estoy enferma y me duele el corazón. Y dicen que no tiene solución.

jueves, 12 de agosto de 2010

Amistad

Era un sábado lluvioso y volvían del teatro. Habían estado viendo una comedia bastante mediocre; después fueron a cenar. Él quería ir a un italiano, pero ella prefería ir a un indio por variar. Ella se salió con la suya. Volvían a casa en coche y un Fiat 1500 Cabriolet arremetió contra su parte trasera mientras esperaban que se abriera su semáforo en un paso de peatones. Él perdió la vida minutos más tarde mientras estaba de camino la ambulancia. Ella logró sobrevivir. Estaba de tres meses, su hijo nacería huérfano de padre cinco más tarde.

Nací con cuatro dedos en total, los meñiques de las manos y los pies. Era el precio a pagar por la vida de aquella mujer embarazada y su niño.

Aquella mujer, mi madre, siempre me decía que llevara las manos en los bolsillos para disimular mi defecto, pero yo lo odiaba, especialmente en verano cuando mis pantalones escondían unas manos sudorosas y deformes. Aprendí rápido a manejarme con los dedos. Utilizaba hábilmente los de los pies, que usaba a veces cuando tenía los meñiques de las manos doloridos o agarrotados. Mi madre solía cortarme en trozos la comida para facilitarme las cosas y en el colegio los niños se volvían hacia mí cuando pasaba y cuchicheaban entre ellos. En música me libré de tocar la flauta, esa fue la única ventaja en toda mi vida que tuve respecto al resto de mis compañeros.

Me licencié en Medicina y especialicé en cirugía. Hice el doctorado, varios cursos de posgrado relacionados con la microcirugía y aprobé el MIR. Conseguí trabajo en la Clínica Teknon, Barcelona y ascendí rápidamente a jefe de servicio del departamento de Cirugia plastica, estética y reconstructiva por la eficacia de mi trabajo. Con el dinero que fui acumulando me trasladé a la Guayana Esequiba, Venezuela. Abrí un centro del que me hice único responsable. Allí entablé amistad tras una operación quirúrgica de orejas debido a un tiroteo con el consigliere de una de las grandes familias, Paolo Sasso.

Cada año Paolo me obsequia con un regalo como agradecimiento. Hoy cumplo cincuenta y siete y ya sumo veintitrés dedos.

martes, 10 de agosto de 2010

Mrs. Larcy

—Adah, treinta y cuatro. Esposa y madre de dos niños preciosos de cinco y seis años. Trabajo como supervisora de los productos bucales de una conocida empresa. Soy esa chica de la que se ríen cuando comenta que su empleo consiste en oler el aliento de un compañero tras mascar todo tipo de chicles, probar millones de pastas de dientes y enjuagarse con todo tipo de fluidos para comprobar la eficacia de los millones de productos que van saliendo al mercado.

Se oyó una leve risita en la casa. Adah dirigió su mirada hacia ella:

—No te preocupes, estoy acostumbrada. Vine a este grupo animada por Dan, mi psicólogo. Empecé a oír estando sola en casa, mientras hacía las labores del hogar. Ya sabéis: cocinar, limpiar el polvo, fregar, planchar... Me pasaba las mañanas encerrada en casa y trabajando por las tardes. Los niños se iban al colegio, mi marido a su trabajo y yo me quedaba con lo mío.

Dejó de hablar durante unos segundos para tragar saliva. Sus dedos se entrecruzaban continuamente y tenía la cabeza agachada. Estaba nerviosa, se notaba que era su primera vez en un sitio como aquel.

—Entonces empezó todo. Me comentaba cosas cada vez más a menudo como "esto se dobla así" o "hay que lavar tal cosa" mientras yo arreglaba la casa. Cuando iba al trabajo y en casa con los niños todo era perfectamente normal, perouna noche a los pocos meses empecé también a escucharla. Estaba dando vueltas sobre mi cama, no podía dormir. La voz apareció y me preguntaba cosas como que por qué no podía dormir, que si amaba a mi marido, que si me sentía orgullosa de mí misma, que si esa era la vida que de pequeña soñé... Entonces la reconocí. Era Mrs. Larcy, mi profesora del colegio. Cuando desenmascaré esa voz empecé a entablar conversaciones más interesantes con ella. En la cocina, en el salón colocando los libros, en el baño limpiando la bañera... Ahí estaba ella, conmigo, hablándome sobre la vida y quitándome el sueño por las noches.

Paró para coger aire y se quitó las arrugas de la falda.

—La relación con mi marido se deterioró bastante. Apenas hablábamos, él empezó a salir de casa mucho y yo no dormía por las noches con él por falta de sueño. Dejamos de mantener relaciones, yo dejé de salir con mis amigas y mi vida consistía en limpiar de día, trabajar por las tardes y pasear por la casa de noche. Todo se convirtió en un círculo vicioso. Mi marido y yo discutíamos a menudo y dejé de mostrar afecto e interés por los niños. Ellos le preguntaban a su padre qué le pasaba a su madre, por qué se reía sola, por qué tenía esa mirada nostálgica, por qué gritaba. Él les decía que mamá tenía mucho trabajo y llegaba cansada, pero que se me pasaría pronto si me cuidaban entre los tres. A veces sentía palpitaciones, sudores y mareos, pero no me preocupé demasiado porque creía que era del estrés. Me aislé de todo lo que tanto tiempo me costó conseguir, pero ella siempre estaba a mi lado, dándome consejos, consolándome y prestándome un hombro sobre el que apoyarme. El hombro que mi marido no supo darme nunca.

Se emocionó. Una lágrima cayó rápidamente por su mejilla y corrió avergonzada a su bolso a coger un pañuelo y se disculpó.

—No pasa nada, Adah —le dijo Gustav, que dirigía la sesión—. Todos sabemos por lo que estás pasando. Tómate tu tiempo y continúa cuando estés preparada.

—Un día la situación con mi marido se puso más tensa de lo que últimamente era normal. Él me empezó a gritar que ya no era la misma y yo le reproché sus continuas salidas de casa. Ambos nos pusimos nerviosos, él me levantó la mano y yo cogí los platos y los rompí contra la pared. Uno a uno, toda la vajilla, mientras él seguía gritando, con la cara roja y las venas del cuello hinchadas. Cogí un cuchillo y entonces me agarró por la cintura y forcejeamos hasta acabar en el suelo llorando abrazada a él. Entonces me di cuenta de que esto tenía que parar. Fui a Dan y estuvimos hablando. Me mandó a un psiquiatra y estuve siguiendo un tratamiento farmacológico. Antipsicóticos, neurolépticos, entrevistas psicoterapéuticas de apoyo y finalmente este grupo. Volví a salir progresivamente con mis amigas, me sentaba a hablar con mi marido y mis hijos e intentaba mantener mi cabeza ocupada, tal y como Dan me recomendó. Finalmente Ms. Larcy me dejó.

Adah volvió a echarse a llorar.

—Eso es maravilloso, Adah. Has conseguido salir de una enfermedad terrible. Eres un ejemplo de superación y esperanza para la gente con esquizofrenia.

—No, doctor. Es horrible. Me siento más sola que nunca. Dan dice que estoy sana y debería estar contenta, pero ya no encuentro ese apoyo que me daba en ninguna parte. Mi marido sigue saliendo. Menos, pero lo hace. Nos hemos distanciado, las cosas nunca han vuelto a ser las de antes y creo que tiene una amante. Con mis amigas tampoco me siento del todo cómoda. Al fin y al cabo ellas tienen sus problemas y yo los míos. Mrs. Larcy era mi única y mejor amiga, ahora es cuando me doy cuenta de lo que significaba para mí. Estoy desolada, no sé qué hacer ahora. Quiero volver a oír su calmada voz en mi cabeza.

En la sala, todos nos quedamos en silencio. Nadie se atrevía a contestar.

Ese fue el último día que vi a Adah, que dejó de venir al grupo de apoyo. Un par de años más tarde me encontré con Gustav y estuvimos charlando. Me comentó que Adah volvió a Dan y le pidió dejar de tomar los psicofármacos. Adah pudo volver a sentir el apoyo que necesitaba para poder hacer frente a su vida. Mrs. Larcy volvió.

sábado, 7 de agosto de 2010

Plan de tarde

No teníamos nada que hacer en toda la tarde, joder. Mica estaba sentado en el suelo con los brazos en cruz como atontado, el imbécil de Cleto nos estaba dejando sin papelas porque aún no había aprendido a liar. Lucio jugaba con su pipa y Tomé daba vueltas a la basca impaciente por hacer algo. Iba hasta el culo de nieve.

- Venga, ¿qué pasa? ¿qué hacemos, tíos?

Cleto siempre se ha creído el líder. Menudo hijo puta está hecho el cabrón. Parece que no se ha dado cuenta aún de que las órdenes las doy yo.

- Cierra la puta boca. Aquí el que hace los planes soy yo así que deja de cantear.

Miré a mi alrededor buscando alguien a quien molestar. Una putilla aunque fuera, por pasar el rato. No vi más allá de un par de tiendas y cuatro pakirris que paseaban por la calle.

- Levantad el culo. Vamos a esa tienda de allá.

- ¿Qué vamos a hacer ahí? Si es un super de mierda.

- ¿No queríais hacer algo? Pues vamos a demostrarle al dueño de esa tienducha quién manda en este barrio. Lu, no te olvides la pipa.

Lucio se metió su Luger en el pantalón, semiautomática vieja pero efectiva y fuimos para aquel antro sin pararnos. Entramos dando un portazo a la vez que saqué mi preciosa Heckler.

- ¡Que no se mueva nadie o estáis jodidos!

A Tomé se le notaba el amarillo y empezó a coger bolsas de patatas, nachos, latas de conserva y Dios sabe qué más. Yo me acerqué al dueño y le presenté formalmente al señor nueve milímetros. El tío estaba cagao y no dejaba de suplicar no se qué de una cría. Mica y Cleto recorrieron el local destrozando todo y Lucio fue a la caja a meter todo en bolsas.

- ¡Vamos, vamos ya, hostia!

En cuanto Tomé terminó di la órden y salimos echando mistos. Tomé se tropezó con un cliente de lo mamao que iba y le dio un par de bucos. Cogí del cuello a ese pasmao y nos largamos. Corrimos varios metros y nos sentamos a ver qué teníamos. Mica empezó a contar.

- Cinco... Diez... Treinta... ¿Tres y dos?

- Cinco, capullo.

-Cincuenta... y dos... con diez. Menuda mierda, tíos. ¿Qué hacemos ahora?

- Tenemos lo suficiente para poder comprar algunas chuches para todos, joder. Vamos a ver a Mani y nos dehacemos de toda esta chatarra. Tomé, deja esas guarradas en el suelo, no las queremos para nada, la próxima vez preocúpate por coger algún cuchillo. Vamos, buen trabajo.

sábado, 17 de julio de 2010

Ya no

Estábamos acostados sobre la cama, en absoluto y sagrado silencio, saboreando el momento sin importarnos lo ajeno a esas cuatro arrugadas esquinas. Yo estaba a su lado mirándole fijamente, arropada por uno de sus fuertes brazos. Él tenía los ojos cerrados y una expresión de paz trazada en su cara que me hizo amarlo como nunca. Me incorporé y le di un beso en la mejilla. “Estás muy rico durmiendo”, le dije tímidamente con una sonrisa. No obtuve respuesta, así que intenté provocarla colocándome sobre él y acariciándole dulcemente el cuello. “¿Te gusta?”. Seguí por su pecho, esperando algún tipo de reacción, pero no la encontré ni siquiera cuando le besé el ombliguito, su punto débil que provoca una explosiva carcajada cuando es atacado. “Ro, ¿te pasa algo?”. Noté que él no me miraba, no me dedicaba palabras de afecto, no temblaba, ya no me abrazaba ni me tocaba, ya no me acariciaba el pelo, ya no retumbaba su pecho por los latidos de su corazón, ya no se estremecía con mis besos ni con mis continuas provocaciones. Subí hasta su cara y comencé a recorrerla ahora con mis labios. La primera parada fue su mentón, después hice un alto en sus lóbulos para continuar por su nu… Y el corazón se me congeló al descubrí una pequeña herida sobre su cabeza y la sangre seca sobre la almohada y recordé. Recordé los gritos, recordé el disparo, recordé todo y me eché a llorar sobre su cuerpo, tiritando de dolor. Pasaron unos minutos y volví a besarle el cuello intentando provocar su reacción, porque él ya no me miraba, no me dedicaba palabras de afecto, no temblaba, ya no me abrazaba ni me tocaba, ya no me acariciaba el pelo, ya no retumbaba su pecho por los latidos de su corazón, ya no se estremecía con mis besos ni con mis continuas provocaciones. “Ro, cariño ¿es que ya no me quieres?.

miércoles, 27 de enero de 2010

#6: Se divisaban cientos de hadas en lontananza

Se divisaban cientos de hadas en lontananza. Revoloteaban batiendo rápidamente sus alas, moviéndose al ritmo de la melodía de la Sinfonía número cinco en do menor de Beethoven en una atmósfera solemne. El césped donde yacía estaba húmedo y pinchaba mi cuerpo por millones de sitios, pero no sentía dolor. Flautas, oboes, fagots, trompetas, violoncellos, ¡timbales! Ta-ta-ta taaaaaan. Levanté la vista y el cielo asalmonado reflejaba mi cara sonriente. Notaba el cosquilleo de millones de enanitos paseando por mi piel y solté una carcajada sonora que los espantó. Ni hadas, ni gnomos, estoy jodidamente solo ahora, salvo por el unicornio rosado.

Las endorfinas me mantienen en un estado de bienestar y siento que estoy en el edén, Mi cuerpo se alza eufórico sobre el pastizal y noto cómo floto sobre la ciudad. Soy ingrávido y etéreo y vagabundeo dejándome llevar por la brisa como una nube. Desde arriba puedo ver todo. ¡Violines! Ta-ta-ta taaan. El humo de las chimeneas me envuelve y noto un suave hormigueo por mis brazos, por mi cuello, por mi pecho, por mi p... ¡será cabrón! Doy manotazos enérgicamente al aire, apartando violentamente aquel pegajoso tufo y mi cuerpo cae en picado. Intento gritar, pero me cuesta vocalizar y tras un par de intentos finalmente me rindo. ¡Ta-ta-ta taan! Y la música se detiene bruscamente.

En uno coma tres segundos estoy de nuevo en la repulsiva tierra, cubierto de barro hasta las orejas y dolorido por el golpe. Huelo mal y el corazón me late rápidamente. Tembloroso, me intento levantar despacio y noto descargas eléctricas sobre mis piernas. Me siento desorientado, las fuerzas me fallan y los párpados me pesan. No nos dejan hacerlo, nos quieren estúpidos y airados para que luchemos entre nosotros. Para que votemos, compremos, invertamos, procreemos y el ciclo se complete. Maldita sea... Todo me da vueltas. Creo que es momento de otro chute de mi triptamina favorita... ¡Hola de nuevo, pequeñas!

jueves, 14 de enero de 2010

El bizcocho

Érase una vez un niño normal y corriente que iba a clase todos los días acompañado de su mamá. Una tarde, a la salida del colegio, le llamó la atención un escaparate donde estaba expuesto un grandísimo bizcocho de chocolate. Pegó su naricita al cristal que le separaba de aquella esponjosa y oscura maravilla y se quedó embobado durante unos segundos. Tiró de la manga de su mamá y pidió que se lo comprara, pero ésta se lo negó diciendo que los dulces le dejarían ciego, de modo que nuestro pequeño tuvo que renunciar a su azucarado sueño.

Todas las tardes pasaba por aquel escaparate y no podía evitar volver su vista hacia él. Cada día uno nuevo que un enigmático pastelero elaboraba con mimo por las mañanas para impresionar a nuestro niño protagonista. Unos días era más grande que otros. O tenía más partes blancas que negras. O almendras. A él no le importaba, seguía siendo tan apetecible como el primer día que fijó su vista en él.

Días, semanas, meses pasando por el mismo escaparate, y seguía sin poder permitírselo. Por fin, una tarde su abuela le dio algo de dinero y decidió entrar a la pastelería.

Lo tenía en sus manos. Por fin. Ahora sabría finalmente a qué sabía. Se había imaginado su olor, su tacto, su sabor durante tanto tiempo que le costaba hacerse a la idea de que pronto todas su dudas se disiparían y el misterio acabaría.

Decidió guardarlo para otra ocasión especial. Cuando acabara los deberes o ayudara a su mamá con la cena, cuando hiciera la cama, como recompensa. Pasó el tiempo y no encontró ese momento tan especial que estaba esperando. Ninguna le parecía lo suficientemente buena. Por fin, una tarde conoció a una niña muy dulce y especial para él. Pensó que sería un gesto muy bonito darle aquel bizcocho que significaba tanto para él. Habían quedado en casa, y por fin, él sacó el pastelito del plástico que lo envolvía.

Horrorizada, la niña gritó y saltó del sofá. Él se quedó solo sobre la alfombra mientras pequeños gusanos recorrían su cuerpo lentamente, llorando y temblando de frío.

martes, 5 de enero de 2010

1104

Vago por una tierra árida sin descanso día y noche. Los pies me pesan y tengo la vista ya nublada. (¿Dónde estoy?). Levanto la cabeza y noto el sudor corriendo por mis mejillas, cayendo atropelladamente. (¿Qué hago aquí?). Miro hacia abajo, tengo algo en mi piel. Giro la cabeza en un movimiento rápido y toco con mis manos la marca. No, no se va... No es pintura. 1104. Tengo un 1104. (¿Es eso lo que soy?). La memoria en blanco y tan sólo un número grabado a fuego en mi costado. (¿Pero qué...?). Sigo caminando, pero mis pies no dejan huella sobre la arena que me rodea. No tengo un lugar al que regresar y estoy desnudo. Soy un número, uno más entre millones y millones de números que como yo están destinados a la muerte. ¿Acaso tengo una meta? (¿Acaso importa?).

lunes, 4 de enero de 2010

Rumbo hacia el norte

55.000 pies sobre la tierra, -75 ºC 940 kilómetros por hora, 2,9 litros de combustible por pasajero cada 100 kilómetros de recorrido, 600 toneladas, 500 pasajeros, tres horas de viaje por delante y una maleta sin facturar llena de ilusiones sobre su cabeza. Dirigió su vista por la ventanilla con la mirada perdida. Francia, Los Alpes, Italia, Suiza quizá, ¿Luxemburgo...? Se preguntó qué tierras estaría sobrevolando. Nubes cubriendo ríos y prados, ciudades y pueblos enteros rendidos a sus pies.

Apoyada sobre su brazo, suspiró.

El mundo se veía insignificante desde allí arriba. Abajo quedaron los problemas, las inseguridades, las mentiras, las responsabilidades, las falsedades. Todo era ya tan diminuto que se creyó capaz de pisotearlo. El día anterior había estado sufriendo, pero hoy ya no llora. Abajo quedó él y todo lo que un día fue.