viernes, 11 de diciembre de 2009
Insomnio
domingo, 29 de noviembre de 2009
Feria de vanidades
sábado, 21 de noviembre de 2009
#3: Su sangre todavía goteaba por los bordes de la mesa. Encendió un cigarro.
-Humo, sangre y oscuridad. Blanco, rojo y negro. Esperanza, pasión y agonía... Perfecto, es perfecto— susurró antes de dar su última calada y dejar de respirar.
Su cuerpo yacía desnudo ahora sobre su escritorio. Las luces apagadas, la colilla totalmente consumida, la sala iluminada por las luces de la calle y la sangre todavía fresca sobre la moqueta a modo de firma.
viernes, 6 de noviembre de 2009
#2: Desde hace diez días vago por un desierto de bares buscando la última cerveza...
Recorro decenas de calles sin nombre con la vista buscando mi burbujeante refugio de color dorado, pero sólo veo desorden, suciedad y caos. Papeleras rotas, contenedores quemados, pintadas, cristales rotos, puertas forzadas, puertas cerradas, sangre y una papelera con restos de comida. Miércoles por la tarde. Apesta. Todo esto apesta. Y sobretodo yo apesto a sudor.
Eli está a punto de perder el bar y en casa las cosas también van mal. Le dije a Evey que salía a dar una vuelta, pero no he vuelto. Ni pienso hacerlo. Estar ahí dentro sólo me asfixia. Ella no entiende que es una jaula para mí, que necesito salir y beber. Y tomar cacahuetes caducados. Y hablar de películas malas. Y comentar las noticias de cualquier periódico gratuito. Y ver cómo Eli se enfada cuando no le dan el dinero en la mano. Y gritarle a Evan cada tarde que levante su culo de mi silla. Y que Joe asienta con la cabeza, analizándonos y juzgándonos en silencio, o mejor dicho juzgando a las clientes y sus encantos femeninos.
Un tipo se me acerca. “Eh, ¿te apetece un trago?”
En voz baja.
domingo, 1 de noviembre de 2009
#1: No hay duda, a mi parecer. Salgo mucho mejor parado cuando no espero el disparo.
sábado, 24 de octubre de 2009
Hora del almuerzo
Joder, todo es culpa del bastardo de Liam. Una de las principales máximas cuando no quieres buscarte problemas es no hacer preguntas cuyas respuestas no quieres saber. El muy gilipollas tuvo que preguntar qué llevaban aquellos cinco bajo la chaqueta cuando uno de ellos se le adelantó en la cola del local. Liam tuvo que cogerle aquel maldito aro de cebolla para que nos viéramos envueltos en esta situación.
Siete pavos de pie en el mostrador de un establecimiento de comida rápida y unas veinte personas cagándose las patas abajo escondidas bajo sus mesas.
- Largaos antes de que vuestras familias maldigan el día en que os cruzásteis a estos señores —me decía el grandote. Irónico, teniendo en cuenta que su cuchillo multiusos dirigía una mirada suplicante a mi Glock 17.
- El único que tiene malos modales aquí es el soplapollas de tu amigo —miró hacia atrás a sus compañeros—. Entiendo lo suficiente de Derecho como para saber que un robo contempla castigos más severos según la ley que el colarse en una jodida fila de un apestoso Kentucky Fried Chicken.
Liam se rascó la cabeza.
- Antes debo daros algo... —dijo Liam mientras se metía la mano en su bolsillo derecho.
Por fin era nuestro turno para pedir, me moría de hambre.
miércoles, 21 de octubre de 2009
A una crítica
“Me alegra recibir comentarios de mis lectores. Sólo puedo darle las gracias sinceramente por tomarse su tiempo al leerme cada mañana. Cosas como ésta me animan a seguir escribiendo.
Un abrazo, Martín Campos Cano."
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sábado, 26 de septiembre de 2009
Matanza de madrugada
sábado, 19 de septiembre de 2009
"Buenos días, imbécil".
Noto un suave cosquilleo en mi cintura. Debes de ser tú jugueteando. ¿Qué hora será? ¿Ya estás despierto? Noto cómo tu mano me acaricia desde detrás el brazo recorriéndolo de arriba abajo, lentamente, como si no me quisieras despertar aún. Lo estás haciendo muy despacio y ya tengo una sonrisa dibujada en mi cara. Me encanta. No tengo fuerzas para girarme y decirte en voz muy bajita un “estoy despierta”; hoy tengo el cuerpo enredado entre las sábanas. Acercas tu cabeza a mi hombro y me abrazas. Noto tu respiración en mi cuello. Me encanta sentir tu aliento y notar que respiramos al mismo tiempo, como dos relojes puestos en hora a la vez. Has dejado de hacerme cosquillitas y ahora noto tu respiración en mi oreja. Me acaricias las mejillas y después el pelo. Me estás mirando, lo noto. Puedo leerte la mente, no estás pensando en nada, sólo disfrutas de éste momento de felicidad momentáneo. Yo tampoco lo hago. Tengo ganas de cambiar de postura, pero quiero prolongar estos instantes haciéndome la dormida para ti. Estamos en completo silencio, sólo te oigo a ti inspirando y espirando aire despacito, muy calmadamente. Es un sonido muy masculino y eso me pone a mil. Me apartas la mano de la almohada, obligándome a girarme hacia ti. Ahora estamos frente a frente y te puedo oler. Me siento protegida entre tus brazos y me concentro en recordar tu olor para el resto de mi vida. Siento que soy completamente tuya mientras te paseas por mi clavícula y correteas con tu dedo índice por ella. Vas a hacer que estalle en una carcajada. Al rato subes hasta la comisura de mis labios y enredas tu pulgar entre mis labios, ahora medioabiertos. Vas dibujando una carretera por ellos. Al principio lo haces en su parte más exterior y poco a poco te vas acercando a mis dientes. Colocas tu dedo entre ellos y yo cierro la boca con fuerza. “¡¡¡Serás cabrona!!!”. Abro los ojos y te veo sonreír. “Buenos días, imbécil” te susurro.
miércoles, 2 de septiembre de 2009
Numa igreja
Entré silenciosamente empujando la pesada puerta y un fuerte olor a incienso me invadió por completo. Dentro había unas diez señoras de edad ya avanzada y de colores oscuros muy separadas unas de otras o de dos en dos, y a lo lejos vi a un señor que murmuraba a un micrófono unas palabras en una lengua que me era extraña. Las viejecitas de cuello alto miraban al suelo y movían los labios con rapidez, con los ojos cerrados y las manos sosteniendo algo parecido a un collar de cuentas.
Avancé por un pasillo lateral deteniéndome en cada capilla con mi cámara para admirar cada detalle mientras notaba cómo con cada uno de mis pasos las señoras giraban su cabeza hacia mí, atentas a todos mis gestos, buscando una distracción que les amenizara su estancia aquella mañana. Un paso, diez movimientos de cabeza, y palabras desgastadas y por lo tanto totalmente carentes de significado como música de fondo. Me sentí incómoda y decidí aminorar el paso e intentar hacer el menor ruido posible.
Terminé mi peregrinación y llegué finalmente a mi destino, el altar mayor, donde aquel señor seguía con la mirada fija recitando lo que supuse que eran unas oraciones. Desde allí pude ver la nave entera de aquella iglesia y vi a aquellas señoras como puntitos insignificantes en un cielo estrellado. Mientras enfocaba estatuas y columnas con mi Olympus me asaltó un pensamiento: hay formas más dignas de enfrentarse a la vida.
La actuación terminó y las cuatro señoras se levantaron con un gesto cansado una a una y se fueron por la entrada lateral. Entre sus murmullos y con ayuda de sus gestos pude entender algo sobre hacer la compra, sobre lo apuesto que era ese señor y sobre el nuevo tinte de una de ellas.
jueves, 27 de agosto de 2009
El monstruo de Frankenstein
Había estudiado una ingeniería animado por ella misma. Empezó a hacer dieta e ir al gimnasio . Oía música clásica por las noches después del trabajo, le relajaba. Viajes por Europa, cruceros por el Mediterráneo, spas, masajes, propinas, fiestas, regalos. Poco a poco había renegado de su familia y sus orígenes hasta el punto de no querer hablar de su pasado. Ella lo había animado a explorar sus posibilidades, a superarse, a luchar por el American dream europeo.
Debía estar orgullosa de la persona en la que se había convertido después de años de esfuerzo y autodisciplina, pero en esa mesa no estaba sentado su marido. Esa misma noche, con la mirada perdida, comprendió que ella había creado a su propio monstruo de Frankenstein.
miércoles, 8 de julio de 2009
RolGame
Empezaba el día después de haber recargado mis fuerzas en la cama –en el buen sentido de la palabra, un héroe nunca hace cosas sucias (aunque no, tampoco se lava)– me equipaba con la ropa de siempre, si la había comprado mi madre mi carisma disminuía cinco puntos, y salía a luchar. La calle era mi campo de batalla: cada cuatro pasos tenía que hacer frente a varios combates que, por supuesto, eran aleatorios. Me encontraba con mis compañeros de clase casi a diario a los que no soportaba y si caminaban en la misma dirección que yo, podía evitar el enfrentamiento y escapar, pero si los veía de frente el duelo era inevitable. Si venían en grupo los sorteaba, pero en el 1 vs 1 siempre salía ganando yo antes de escuchar mi glorioso fanfare.
Yo salvaría a la humanidad como buen protagonista del juego. No soportaba el tedio de toda esa gente. Una sombra se había apoderado del hombre moderno, sumiéndole en la más profunda oscuridad y consumiéndole a diario: el hastío de la vida, el mayor pecado del hombre. Aquellas sombras intentaban refugiarse en viajes, lujos y amistades desechables, pero seguían estando vacías, encerradas en el mundo de lo aparente, efímero y carnal. La revolución industrial primero y los medios de comunicación finalmente acabaron corrompiendo al hombre, sumiéndolo en su desesperación e insatisfacción eternas, y la globalización no hacía más que acelerar esta descomposición de los cuerpos a pasos agigantados, devastando la belleza de la vida. Me interesé por el pasado de nuestra raza con libros que tenía por casa y concluí que todas las civilizaciones habían sido gloriosas salvo la nuestra, pero yo podía quitarles la venda que cubría a aquellas gentes, yo era, y sigo siendo, el último descendiente de aquellos y llevaba su testigo conmigo. Ignoraban que bajo el aspecto de un estudiante problemático, taciturno y aparentemente mediocre se escondía el salvador de una generación entera, o probablemente de toda la humanidad.
Con el tiempo fui subiendo de nivel con los enfrentamientos con mis compañeros. Cada insulto y cada patada me hacían más fuerte, cada gota de sangre que golpeaba el suelo me confirmaba que estaba en lo cierto, que el hombre se había encerrado en su propia prisión y sólo yo tenía su llave. Escuché muchas charlas, y mis profesores primero y mi madre después se convirtieron en mis final bosses después de los entrenamientos diarios con la gente de clase. Siempre decían lo mismo y no había manera de pasar los diálogos; era muy frustrante.
Pensé en hacerme con un arma: un cuchillo, una cadena o algo así. Me hubiera gustado manejar la típica espada enorme, pero llamaría demasiado la atención y acabaría finalmente en comisaría, así que compré unos guantes de lucha por eBay y me preparé físicamente con ejercicios diarios puesto que mi arma era mi propio cuerpo.
Sufría también mis estados alterados: especialmente cuando me mareaba por los largos viajes en tren a mi casa de campo, situada en las ruinas de una ciudad devastada, o comía algo en mal estado (mi madre era un horrible cocinera). Para recuperar fuerzas no me iba a la posada, sería demasiado caro y lo más parecido que encontré fueron pensiones u hostales de mala muerte, nunca llevados por amables personajes que te daban la información necesaria en el momento preciso sino por esperpentos, pero sí intentaba dormir lo suficiente en casa y comer equilibradamente para estar en forma.
No era mal estudiante, aunque tampoco relucían mis notas; me gustaba pensar que subía de nivel con cada aprobado porque eso complacía a mi madre y al resto de profesores; les aliviaba conseguir lo que se espera de un adolescente. Lo que me apasionaba, en lo que realmente brillaba, eran las ciencias esotéricas: se me antojó dominar no sólo mi cuerpo sino mi alma, quería ser capaz de dominar también mi mente con conjuros mágicos. Pedía los libros por internet o los sacaba de la biblioteca y nunca me separaba de ellos, ni siquiera en el descanso de clase. Las burlas e insultos eran cada vez más frecuentes, pero llegué a acostumbrarme hasta el punto en que no me hacían daño. Sólo era capaz de sonreír al pensar en el destino de aquellos recipientes vacíos. Cuando cerraba los ojos me veía a mí mismo lanzándolos contra la pared hasta hacerlos añicos y pisoteándolos, bailando al ritmo de sus gritos y súplicas, y entonces no podía parar de reír. Sí, me reía con ganas.
Me había comprado un cuaderno, un savepoint donde iría guardando cada capítulo de mi vida, que escondí cuidadosamente en el cuarto en que me enclaustraba todas las tardes. Anotaba mis progresos con las ciencias ocultas así como mis evidentes mejoras físicas. Poco a poco me iba acercando al ideal helénico de la perfección física y espiritual. Pero una noche fui a escribir como acostumbraba a hacer a diario, pero no lo encontré bajo mi colchón como siempre.
Mi madre había sido la traidora (sí, siempre hay un traidor) que había llevado mi cuaderno al colegio. Aquella noche al enterarme mi mente no pudo controlar mi cuerpo,… Tenía en su cara una mueca de terror. La oí gritar como en mis sueños, pero no quise escucharla. Veía en ella el reflejo de mis compañeros y reía. Y la golpeé mientras reía, imaginándomela rota, en pedacitos, vacía. Je… ahora sí que estaba vacía.
Dicen que debo ser capaz de expresarme a la gente y abrirme. Además necesito pasar el tiempo hasta que me saquen de aquí y pueda empezar a preparar la pócima de la humanidad. Me compré éste cuaderno porque no me quieren devolver el mío, pero no seré tan estúpido de guardarlo bajo la litera que me han asignado . La prensa y el juez consiguieron que saltara un Game Over en mi pantalla, pero tras la derrota final siempre hay una oportunidad de volver a retomarlo donde se dejó.
Continue? >Yes/ No.
martes, 23 de junio de 2009
Andrés / Atracción fatal
jueves, 18 de junio de 2009
Abstinencia
domingo, 14 de junio de 2009
Ella y ella
La noche más larga del año
Me despierto en medio de la noche y el móvil que me regalaste marca la una y media de la madrugada. Sólo hace unas pocas horas que te fuiste y el nudo en mi garganta me indica que ya siento un gran vacío. Ya siento que no siento. Me doy cuenta de que no quiero seguir en la misma cama donde tus manos se encontraron con mi cuerpo ni quiero seguir oliéndote en la almohada; debiste haber arrasado todo al irte. Me miro en el espejo que nos vio ayer y noto una cara cansada de la distancia. Un suspiro y vagabundeo por el pasillo camino de la cocina. Me preparo unos tortellini. Me recuerdan a ti, aunque no me han quedado tan bien, debe de ser porque tú pusiste todo tu amor en ellos y yo me quedé sin tu ingrediente secreto ayer por la noche entre mis sábanas, dejándome sólo sus amargos posos de infelicidad. En la tele echan porno, lo que me faltaba. Me pongo NDNO y escucho tres segundos de su primera canción. Mejor me pongo una banda sonora. Suteki da ne me arranca una lágrima mientras escribo sobre lo mucho que te echo de menos y me desvanezco entre sus acordes. Esta será la noche más larga del año.
sábado, 16 de mayo de 2009
Café italiano
Abro la libreta y hojeo las páginas hasta dar con una en blanco. Saco el boli y las palabras fluyen por el papel. Definitivamente Italia es inspiradora. Aún más su café.
lunes, 27 de abril de 2009
A una gota
Ella
Asustada
Llora, grita
Corre, decidida
Busca alguien
Algo
¡GRITA!
Que frene
Su caída
Desespera
Conoce
Su destino
Se entrelazan dos cuerpos
Se precipitan hacia el desenlace
La derrota
es
f
i
n
a
l
sábado, 11 de abril de 2009
... Y comieron alitas de pollo
sábado, 28 de febrero de 2009
sábado, 31 de enero de 2009
El peor te odio
El aroma de un café largo y con dos sobrecillos de azúcar se expandía por todo el salón color vainilla. El silencio reinaba en aquella estancia señorial, sólo el ruido del tic-tac del reloj de pared lo interrumpía cada segundo, provocando una situación incómoda a la par que una tensión desagradablemente continua entre ambos.
- Y… ¿te dolió?
En su cara se dibujo una mueca de terror. Aparto los ojos rápidamente hacia la mesilla de noche. Noté un nerviosismo incipiente en su rostro y sentí estar ante una niña arrepentida de haber roto el jarrón favorito de su madre. Se le escapó un gemido seco que rompió el silencio dominante. Cogió un poco de aire y lentamente lo expulsó.
- No se trata de dolor. Estaba… tenía miedo y al ver la sangre me asusté. Sólo deseaba alejarme. Despertarme de aquella pesadilla y que volvieras a ser el chico que me enamoraba por las tardes en las horas muertas que pasábamos en la cafetería.
Se levantó rápidamente del sofá y se dirigió a la ventana, empañada por frío invernal del exterior.
- No tienes ni idea de por lo que pasé.
Me levanté yo también y me acerqué a ella. Quería abrazarla, decirle que siempre estaría a su lado, que no volvería a pasar por nada similar. Rodearle con mis brazos y besarla en la frente, coger su mano y acariciarla. Después le susurraría un te quiero y ella me regalaría una vez más una de sus sonrisas. Acabaríamos en la cama desnudos, cubiertos por una gruesa manta con olor a incienso.
Levantó su brazo, volvió a mirar a través de los cristales y comenzó a deslizar su dedo índice por su superficie gélida.
- No quiero volver a verte.
Un portazo. Me desplomé de rodillas y las lágrimas empezaron a resbalar en una carrera entre ellas por mis mejillas. Lancé el cenicero que me regaló, haciendo añicos su último mensaje, el peor te odio.