sábado, 17 de julio de 2010

Ya no

Estábamos acostados sobre la cama, en absoluto y sagrado silencio, saboreando el momento sin importarnos lo ajeno a esas cuatro arrugadas esquinas. Yo estaba a su lado mirándole fijamente, arropada por uno de sus fuertes brazos. Él tenía los ojos cerrados y una expresión de paz trazada en su cara que me hizo amarlo como nunca. Me incorporé y le di un beso en la mejilla. “Estás muy rico durmiendo”, le dije tímidamente con una sonrisa. No obtuve respuesta, así que intenté provocarla colocándome sobre él y acariciándole dulcemente el cuello. “¿Te gusta?”. Seguí por su pecho, esperando algún tipo de reacción, pero no la encontré ni siquiera cuando le besé el ombliguito, su punto débil que provoca una explosiva carcajada cuando es atacado. “Ro, ¿te pasa algo?”. Noté que él no me miraba, no me dedicaba palabras de afecto, no temblaba, ya no me abrazaba ni me tocaba, ya no me acariciaba el pelo, ya no retumbaba su pecho por los latidos de su corazón, ya no se estremecía con mis besos ni con mis continuas provocaciones. Subí hasta su cara y comencé a recorrerla ahora con mis labios. La primera parada fue su mentón, después hice un alto en sus lóbulos para continuar por su nu… Y el corazón se me congeló al descubrí una pequeña herida sobre su cabeza y la sangre seca sobre la almohada y recordé. Recordé los gritos, recordé el disparo, recordé todo y me eché a llorar sobre su cuerpo, tiritando de dolor. Pasaron unos minutos y volví a besarle el cuello intentando provocar su reacción, porque él ya no me miraba, no me dedicaba palabras de afecto, no temblaba, ya no me abrazaba ni me tocaba, ya no me acariciaba el pelo, ya no retumbaba su pecho por los latidos de su corazón, ya no se estremecía con mis besos ni con mis continuas provocaciones. “Ro, cariño ¿es que ya no me quieres?.