jueves, 14 de enero de 2010

El bizcocho

Érase una vez un niño normal y corriente que iba a clase todos los días acompañado de su mamá. Una tarde, a la salida del colegio, le llamó la atención un escaparate donde estaba expuesto un grandísimo bizcocho de chocolate. Pegó su naricita al cristal que le separaba de aquella esponjosa y oscura maravilla y se quedó embobado durante unos segundos. Tiró de la manga de su mamá y pidió que se lo comprara, pero ésta se lo negó diciendo que los dulces le dejarían ciego, de modo que nuestro pequeño tuvo que renunciar a su azucarado sueño.

Todas las tardes pasaba por aquel escaparate y no podía evitar volver su vista hacia él. Cada día uno nuevo que un enigmático pastelero elaboraba con mimo por las mañanas para impresionar a nuestro niño protagonista. Unos días era más grande que otros. O tenía más partes blancas que negras. O almendras. A él no le importaba, seguía siendo tan apetecible como el primer día que fijó su vista en él.

Días, semanas, meses pasando por el mismo escaparate, y seguía sin poder permitírselo. Por fin, una tarde su abuela le dio algo de dinero y decidió entrar a la pastelería.

Lo tenía en sus manos. Por fin. Ahora sabría finalmente a qué sabía. Se había imaginado su olor, su tacto, su sabor durante tanto tiempo que le costaba hacerse a la idea de que pronto todas su dudas se disiparían y el misterio acabaría.

Decidió guardarlo para otra ocasión especial. Cuando acabara los deberes o ayudara a su mamá con la cena, cuando hiciera la cama, como recompensa. Pasó el tiempo y no encontró ese momento tan especial que estaba esperando. Ninguna le parecía lo suficientemente buena. Por fin, una tarde conoció a una niña muy dulce y especial para él. Pensó que sería un gesto muy bonito darle aquel bizcocho que significaba tanto para él. Habían quedado en casa, y por fin, él sacó el pastelito del plástico que lo envolvía.

Horrorizada, la niña gritó y saltó del sofá. Él se quedó solo sobre la alfombra mientras pequeños gusanos recorrían su cuerpo lentamente, llorando y temblando de frío.

6 comentarios:

  1. Me parece muy simple tu moraleja D:

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  2. Me explico, en realidad la moraleja es que a la comida le salen bichos si caduca.

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  3. No, la moraleja real es: Niño, cuando compres algo, mira la etiqueta de cuando caduca.

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  4. De todas formas, todo lo que escribo está abierto a otras interpretaciones. Para el que crea que el pastel en realidad es una metáfora de la reproducción asexual de estrellas de mar, chapeau por esa imaginación tan desbordante. Yo siempre estoy encantada de leer otras impresiones.

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  5. :O

    pueees lo de la reproducción asexual se acerca bastante... xD

    ¿qué impresión dar? ¿que las cosas que más bonitas parecen por fuera más podridas están por dentro? ¿que el amor que con tanto afán damos a las personas en realidad les da miedo? ¿que cómo cojones le salió un microcosmos al bizcocho (es decir, dónde vivía ese niño pa que le alcancen los gusanos)?

    la última parte es la que más me hace pensar

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