domingo, 29 de noviembre de 2009

Feria de vanidades

-->
Desperté de mi sueño. Estaba cómoda, caliente, protegida, segura... Feliz. Abrí los ojos y vi una luz muy lejana. Era inevitable ir hacia ella, algo me impulsaba a caminar, me expulsaba hacia ella. Luché por evitar salir de mi caparazón con uñas y dientes; había estado toda mi vida ahí dentro, no conocía otra cosa, y me negaba a ello.
[Una bofetada].
Estaba saliendo... Me oligaron a hacerlo y sentí que no era bienvenida en ese mundo de hipocresía, de orgullo, de instintos primarios. Abrí los ojos, la luz me mantuvo cegada durante unos instantes, pero poco a poco mi vista se fue acostumbrando a la cruel visión que pude percibir.
Vi una feria de vanidades donde la gente reía y lloraba a la vez, donde sólo importaba el poder y la venganza. Hacía frío, la gente vagaba sola, sin un rumbo fijo, sin ninguna meta ni equipaje. Celos, envidia, lujuria, orgullo, inseguridades, mentiras. Mentiras. Mentiras.
Rompí a llorar. No quería seguir allí, quería volver a mi cálido hogar. Demasiado tarde. Aquella visión fue un tatuaje indeleble en mi vida.
No me gusta lo que veo, aunque sé que no puedo evitar la realidad eternamente.
Ya no quiero volver... pero no perderé mi norte en este asquerosa exhibición de egoísmo e impulsos animales.

sábado, 21 de noviembre de 2009

#3: Su sangre todavía goteaba por los bordes de la mesa. Encendió un cigarro.

Su sangre todavía goteaba por los bordes de la mesa. Encendió un cigarro. Mientras la colilla se consumía, pensó en llamar a Diane, la que podría haber sido su promotora, para contarle la gran obra de arte que había creado aquella tarde, pero prefirió disfrutar de cada calada con la mirada fija en las gotitas de sangre que iban cayendo cada vez más lentamente y manchaban la alfombra. En su cara no se leía ningún sentimiento. Ni dolor, ni placer. Nada. Pero ella estaba feliz, por fin había logrado crear algo verdaderamente bueno, algo por lo que el mundo entero la recordaría. Saldría en los libros de Historia del arte como la precursora de un movimiento que marcaría un antes y un después. La imagen de su estudio daría la vuelta al mundo y por fin se demostraría que tenía el talento que le habían negado en cada portazo.

-Humo, sangre y oscuridad. Blanco, rojo y negro. Esperanza, pasión y agonía... Perfecto, es perfecto— susurró antes de dar su última calada y dejar de respirar.

Su cuerpo yacía desnudo ahora sobre su escritorio. Las luces apagadas, la colilla totalmente consumida, la sala iluminada por las luces de la calle y la sangre todavía fresca sobre la moqueta a modo de firma.

viernes, 6 de noviembre de 2009

#2: Desde hace diez días vago por un desierto de bares buscando la última cerveza...

Desde hace diez días vago por un desierto de bares buscando la última cerveza... En cada uno de mis pasos hacia la tierra prometida me acuerdo de aquellas tardes en la taberna con Eli, Evan y Joe. Casi la mitad de los locales han cerrado sus puertas desde que se aprobó la ley Keltolaki. Las calles apestan a juventud y delincuencia. “Prohibida la venta, exportación e importación, transporte y elaboración”. Maldigo a aquellos puritanos que se creen con la capacidad moral suficiente para dictar normas tan estúpidas como ésta. Me choco con un chico con gorra y cadena, y me grita un “mira por donde pisas, gilipollas” y entiendo que el problema es la falta de control de gentuza como ésta.

Recorro decenas de calles sin nombre con la vista buscando mi burbujeante refugio de color dorado, pero sólo veo desorden, suciedad y caos. Papeleras rotas, contenedores quemados, pintadas, cristales rotos, puertas forzadas, puertas cerradas, sangre y una papelera con restos de comida. Miércoles por la tarde. Apesta. Todo esto apesta. Y sobretodo yo apesto a sudor.

Eli está a punto de perder el bar y en casa las cosas también van mal. Le dije a Evey que salía a dar una vuelta, pero no he vuelto. Ni pienso hacerlo. Estar ahí dentro sólo me asfixia. Ella no entiende que es una jaula para mí, que necesito salir y beber. Y tomar cacahuetes caducados. Y hablar de películas malas. Y comentar las noticias de cualquier periódico gratuito. Y ver cómo Eli se enfada cuando no le dan el dinero en la mano. Y gritarle a Evan cada tarde que levante su culo de mi silla. Y que Joe asienta con la cabeza, analizándonos y juzgándonos en silencio, o mejor dicho juzgando a las clientes y sus encantos femeninos.

Un tipo se me acerca. “Eh, ¿te apetece un trago?”

En voz baja.

domingo, 1 de noviembre de 2009

#1: No hay duda, a mi parecer. Salgo mucho mejor parado cuando no espero el disparo.

No hay duda, a mi parecer. Salgo mucho mejor parado cuando no espero el disparo. No es la primera vez que recibo uno, de modo que sé cómo actuar en cada momento para salir ileso de la próxima. Ned fue quien disparó la última vez, provocándome un cosquilleo desde los pies hasta la cabeza. Nuestras miradas se cruzaron y apretó el gatillo sin piedad, a quemarropa, pillándome totalmente indefenso. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Sentí hasta cinco disparos. Me quería muerto. Recuerdo las convulsiones que me provocó aquella noche lluviosa, cómo en aquel momento vi pasar mi vida por delante. Me sobrevino la risa, comienzo a caer. Pulso rápido, sudor frío y fiebre en mi historial médico. Incapacidad de pensar racionalmente. Me dejó destrozado, pero aquello me hizo sentir vivo. Mi tratamiento: más de ella. Me dejé llevar y me convertí en esclavo de sus encantos. Enloquecí, morí y renací con el paso del tiempo. Aquella mujer me destrozó, pero me gustaría que me volviera a matar cada noche como aquella.