miércoles, 15 de septiembre de 2010

Limpieza racial

Habia estallado la guerra. Se habían llevado a Reuben y a David. Los judíos no podían tener un cargo público desde que los nazis ganaron las elecciones en el treinta y tres, no podían ir a la piscina o al cine y sólo podían sentarse en bancos pintados de color amarillo. Sus pinturas eras consideradas arte degenerado y enfermizo, no podían casarse con no-judíos para preservar la raza, no podían subir a autobuses ni tranvías e iban marcados como si fueran ganado. Inventaron las cámaras de gas y el ciclón B para acelerar el proceso. Los científicos idearon cómo fabricar jabón a partir de la grasa de la gente que moría en los campos de concentración. Antes de enviarles a las cámaras de gas les rapaban la cabeza; su pelo se usaba para rellenar colchones o para el cabello de muñecas. A la gente asfixiada se les extraían los dientes de oro y a algunos se les quitaba la piel para hacer pantallas de lámparas. Para el jabón, por cinco kilos de grasa se añadían diez litros de agua y un kilo de sosa, se hervía durante tres horas, se añadía un poco de sal y se dejaba enfriar.

También se llevaron a Naomi, él mismo la delató. Era de noche y él había ido a su casa. Bebieron unas copas, rieron, se acostaron y un par de horas más tarde Bernard se despidió con un beso en la frente antes de traicionarla y ser el responsable de que la enviaran a Auschwitz. Había pasado ya más de un año desde entonces y se preguntó por qué recordaba todo eso ahora. Sus ojos se abrieron, los mismos que vieron toda esa crueldad en Buchenwald, y en su cara se dibujó una fría mueca de terror. Cortó el chorro de agua y arojó el jabón contra la pared antes de estallar en un desgarrador grito de locura. Horas más tarde pasó del ejército a un manicomio alemán.

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