jueves, 27 de agosto de 2009

El monstruo de Frankenstein

Estaba totalmente absorta en sus pensamientos, mirándole fijamente ajena a la conversación que mantenían animadamente en su mesa. Zapatos negros, traje de Armani, corbata a juego, sonrisa impecable y carisma a raudales. Era una cena de empresa, un tal López Navasa se jubilaba esa misma noche y salieron a despedirse. Él reía, estaba atento a sus compañeros de trabajo y demostraba con cada frase su gran habilidad social, siendo un modelo para ellos y una fantasía para sus mujeres.

Había estudiado una ingeniería animado por ella misma. Empezó a hacer dieta e ir al gimnasio . Oía música clásica por las noches después del trabajo, le relajaba. Viajes por Europa, cruceros por el Mediterráneo, spas, masajes, propinas, fiestas, regalos. Poco a poco había renegado de su familia y sus orígenes hasta el punto de no querer hablar de su pasado. Ella lo había animado a explorar sus posibilidades, a superarse, a luchar por el American dream europeo.

Tenía el orgullo de un político, la sensibilidad de un artista, la fortaleza de una madre, la inteligencia de un asesino en serie y la seguridad de un vendedor de coches. Habilidades que habían sido cosidas a la personalidad de un muñeco de trapo, un muchacho humilde sureño.

Debía estar orgullosa de la persona en la que se había convertido después de años de esfuerzo y autodisciplina, pero en esa mesa no estaba sentado su marido. Esa misma noche, con la mirada perdida, comprendió que ella había creado a su propio monstruo de Frankenstein.