jueves, 16 de diciembre de 2010

Mercedes

Nací y crecí en un pueblecito de Albacete, Higueruela. Mis padres me dieron la mejor de las educaciones, iba a misa los domingos y a veces también entre semana. Ayudaba a mi madre con las tareas del hogar mientras mi padre trabajaba en el bar, y esta nos instruía a mi hermana Fede y a mí por las mañanas. No quiso que fuéramos al colegio porque tuvo un problema con la maestra, doña Hermenegilda, relacionado con unas tierras. Los niños de la escuela se metían con nosotros por ser raros.

Mi madre murió en un accidente mientras ordeñaba una de las vacas. Fue terrible. Entonces yo tenía doce, y mi hermana seis años. Mi padre empezó a volver más tarde de lo habitual; a veces traía mujeres. Tuve que ocuparme de mi hermana, y ella tuvo que hacerlo de mí.

Mi padre se fue de casa, dejándonos a Fede y a mí solos. No lo sentí, eso no cambió nada, salvo el hecho de que tuve que empezar a trabajar para don Colungo durante todo el día.

Fede me recibía cada noche con una sonrisa en la boca, hacía que mereciera la pena todo el trabajo. Me di cuenta de que estaba enamorado de ella. Cierto día la cogí de la mano y le pedí que fuera mi esposa. Don Camilo no nos dio permiso, pero nos daba igual porque hicimos una fiesta discreta e íntima. Pasamos unos años maravillosos, pero nos faltaba algo, nos sentíamos solos. Pensamos en tener hijos, de modo que, como dijo madre que hizo ella, decidimos escribir a la cigüeña para tener nuestro hijo en navidades. Esperamos pacientemente durante meses, pero nunca recibimos nada.

Decidimos ir hacia allá, a París, a pedir personalmente a la cigüeña que nos hiciera ese favor. Ahorramos durante un año y en un par de días ya estábamos en la ciudad del amor y los niños. La gente hablaba de forma extraña, pensamos que sería el frío clima de la zona, de modo que tuvimos que apañárnoslas para encontrarla.

El tercer día, sentados en los bancos de una gran plaza, delante de una gran iglesia, la vimos. Volaba muy alto y deprisa, con un aire muy majestuoso. Fede y yo nos levantamos de un salto y empezamos a hacerle señas y gritar que queríamos una niña pelirojita y con pecas. Se marchó tan rápido como apareció, de modo que nos preguntábamos si surtió algún tipo de efecto. Nos volvimos a sentar y esperamos pacientemente el resultado.

Estuvimos una semana más. Fede sugirió ir de vuelta a Higueruela. Nuestra niña debía de estar ahí, decía, pero yo la disuadí, argumentando que lo lógico sería que nos la entregara en el mismo París porque así se ahorraría sobrevolar tanta distancia.

El octavo día la vimos. Estábamos en unos grandes almacenes y la niña, con trencitas rojas a los lados y pequitas cubriendo sus dos mejillas sonrosadas, se nos acercó mientras balbuceaba algo muy asustada. Fede y yo nos abrazamos con una tremenda alegría y empezamos a saltar y a colmar a nuestra nueva hijita de besos. Fede lloró, y también la niña cuando nos la llevamos al coche después de la gran celebración.

La llamamos Mercedes, ya que no paraba de gritar algo parecido a meg. Somos muy felices, y ya estamos ahorrando para el segundo.