miércoles, 2 de septiembre de 2009

Numa igreja

Entré silenciosamente empujando la pesada puerta y un fuerte olor a incienso me invadió por completo. Dentro había unas diez señoras de edad ya avanzada y de colores oscuros muy separadas unas de otras o de dos en dos, y a lo lejos vi a un señor que murmuraba a un micrófono unas palabras en una lengua que me era extraña. Las viejecitas de cuello alto miraban al suelo y movían los labios con rapidez, con los ojos cerrados y las manos sosteniendo algo parecido a un collar de cuentas.


Avancé por un pasillo lateral deteniéndome en cada capilla con mi cámara para admirar cada detalle mientras notaba cómo con cada uno de mis pasos las señoras giraban su cabeza hacia mí, atentas a todos mis gestos, buscando una distracción que les amenizara su estancia aquella mañana. Un paso, diez movimientos de cabeza, y palabras desgastadas y por lo tanto totalmente carentes de significado como música de fondo. Me sentí incómoda y decidí aminorar el paso e intentar hacer el menor ruido posible.


Terminé mi peregrinación y llegué finalmente a mi destino, el altar mayor, donde aquel señor seguía con la mirada fija recitando lo que supuse que eran unas oraciones. Desde allí pude ver la nave entera de aquella iglesia y vi a aquellas señoras como puntitos insignificantes en un cielo estrellado. Mientras enfocaba estatuas y columnas con mi Olympus me asaltó un pensamiento: hay formas más dignas de enfrentarse a la vida.


La actuación terminó y las cuatro señoras se levantaron con un gesto cansado una a una y se fueron por la entrada lateral. Entre sus murmullos y con ayuda de sus gestos pude entender algo sobre hacer la compra, sobre lo apuesto que era ese señor y sobre el nuevo tinte de una de ellas.

2 comentarios:

  1. Da un poco de yuyu al principio XD.

    Qué dura, la vuelta a Salamanca. Pssss.

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  2. Yo hasta el 13 por la noche no voy. Exprimo al máximo las vacaciones D:

    Y me alegro de que dé yuyu porque es la sensación que me dio a mí.

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