jueves, 18 de junio de 2009

Abstinencia

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Subí Princess Street desesperado y algo desorientado. Mis débiles manos temblaban y sentía escalofríos escalando por todo mi cuerpo. Con el paso ligero, esquivando a las pocas y agradables viejecillas de paso lento que iban de camino al super un martes por la mañana como almas errantes en un desierto africano cualquiera. Mis ojos iban recorriendo todos y cada uno de los escaparates de la larga calle turística. Una tienda de ropa, dos, tres. De zapatos. De recuerdos de la ciudad. Una farmacia. Un cash-converter… y todo cerrado ¡Maldita sea! Necesitaba mi dosis. ¿Dónde están las tiendas de chinos cuando se las necesita? Sentí náuseas. Ansiaba ese dulce sabor, su suave aroma y áspero tacto, mi preciado tesoro y manjar maya que me satisfacía cada día y que estaba ausente ese fatídico 2-M que recordaré sino toda mi vida, al menos durante el resto de esa semana.

No creo en el futuro. Me niego a ser un número más de la lista. Me niego a la eterna espiral del coche, familia, sábanas blancas, vacaciones en Punta Cana, redes sociales, cubatas, televisión, secretaria, comida rápida, cine los sábados, porno en internet, la hipoteca, minuto de silencio ante las víctimas, MTV, lo abrefácil, operación bikini, paseos los domingos, ¿tienes fuego?, psicólogos y periodistas del corazón, agradar a los padres de tu novia, palomitas, “you know…”, fútbol, sexo esporádico, el puro en la boda, telediario a la hora de cenar, conversaciones insulsas en el ascensor, best-sellers, … Mierda, todo mierda, la misma mierda que me impulsa ahora a vender mi alma por un gramo de ese nacarado o moreno polvillo, pero mi dosis es la única mierda que me importa.

Un kiosko… Sólo busco un puto kiosko que pueda satisfacer mi mono y calmarme por unos instantes. Paso por una tienda de tabaco, de electrodomésticos y otra de videojuegos. Parece que se han puesto de acuerdo los dueños de estas céntricas tiendas para joderme bien. Joderme bien, bien jodido. Miro el reloj, son las ocho y cuarenta y dos aún. Joder, joder, joder. HOSTIA PUTA.

Una señora se fija en mí y aparta su mirada discretamente, agacha su cabeza hacia el suelo y acelera el paso. Las dos siguientes cuchichean entre ellas con la mano intentando ocultar lo evidente sin dejar de clavar sus ojos en mí. Un tipo que pasea a su perro también se fija en mí dando una calada a su cigarro con indiferencia. Más adelante un borracho pasa a mi lado sin dejar de mirar embobado a los pocos coches que pasan a estas intempestivas horas. Le dirijo una sonrisa, aunque sé que no me ve. Me identifico con él, pero mi cara vuelve a su estado anterior de rabia y desesperación al pensar que ambos estamos sujetos a las caprichosas exigencias de un vicio. Mi labio superior se levanta ligeramente, empiezo a sentir fiebre, mis ojos dan vueltas recorriendo edificios, coches, farolas, bancos, caras mientras mi ritmo cardíaco iba aumentando en cada zancada. Veo a una señora que sujeta su bolso con fuerza a su paso. “¡Eh! Rápido, saca todo lo que tengas del bolso” —le digo en un arrebato mientras la sujeto con fuerza por el brazo en plena calle. Asustada y temblorosa, saca su bolso con urgencia. “Por favor, no me hagas daño. Lo que sea, te daré lo que sea”. Un espejo, una compresa, lápiz de labios, pañuelos, un frasquito de una muestra de colonia, y finalmente su monedero. Sigo buscando con nerviosismo. Unas pastillas, esmalte de uñas, un abanico… Finalmente veo una chocolatina de marca barata casi derretida por el calor en el fondo de su bolso. Ella sigue atemorizada, me ha debido de confundir con un ladrón o vete tú a saber qué.

Cogí la rectangular y grasienta manzana de la discordia, el fuego de los dioses, y salí corriendo dándole un empujón en uno de sus hombros. Corría mientras la gente me miraba ahora abiertamente hasta llegar a un callejón. En la intimidad de su oscuridad me senté en el suelo para poder disfrutar de mi placer enteramente, con mis cinco sentidos. Estoy tan nervioso que no acierto a quitar el envoltorio de mi morena droga. Finalmente rasgo uno de sus lados con los dientes y devoro la chocolatina en un par de bocados. Sudor. Éxtasis. Palpitaciones. El mejor de los orgasmos, el mejor de los “ah…”. Felicidad.

3 comentarios:

  1. A mí también me encanta el chocolate, pero dudo de que alguna vez llegue a tal situación...












    ¿dudo?.

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  2. Me ha encantado! Lo que hace algunos por no comprar las petit ecolier xD

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  3. El incurable placer del ser!

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