sábado, 31 de enero de 2009

Enero

Aquella noche un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. La oscuridad reinaba en aquel rincón donde estaba quieta, mirando fijamente el reloj de la pared. Las agujas estaban inmóviles como yo, esperando una reacción que nunca llegó, atentas a lo inesperado y desconocido. Esperábamos algo que estirara el tiempo y dilatara nuestras pupilas.

Ni siquiera mi sombra me acompañaba en aquel callejón, sólo una tenue luz iluminaba el espacio, alentando mi esperanza de poder escapar de aquella pesadilla. Recordé aquellos momentos, su pelo, su voz, su piel, su risa. Nada… no quedaba nada.

Mis piernas se movían rápidamente, el sudor corría por mi frente, mi pulso aumentaba su ritmo progresivamente, podía sentir mis latidos estallando por todo mi cuerpo, en cualquier momento iba a explotar aquella vieja bomba. Me estremecí.

Las paredes se iban estrechando a mi paso por el pasillo de la inseguridad. Cuanto más avanzaba, más pequeña era la habitación. Los recuerdos me asfixiaban poco a poco, agarrotaban mis músculos lentamente. El dolor recorría cada rincón de mi cuerpo, empezando por la cabeza y terminando en el corazón. Por mis venas fluía el miedo, iba invadiendo cada duda y cada error; era miedo del miedo.

Busqué consuelo en una manta que me diera calor y me ocultara de todo aquello que me aterraba. Acurrucada bajo ella daba vueltas en círculo a todo lo sucedido sin llegar a encontrar respuestas, el miedo nublaba mi razonamiento. Lentamente me hundí en aquel mar de dudas e inseguridades, sentía que ya ni el cielo querría cubrirme. Me ahogaba progresivamente en aquel inmenso océano que se apoderaba de todos mis esfuerzos. El agua jugueteaba y se enredaba con mi cuerpo, intentaba luchar desesperadamente pero no me quedaban fuerzas. Sentí impotencia y me dejé llevar mientras veía cómo iba siendo arrastrada por aquella enérgica corriente. Cerré los ojos y relajé todos mis músculos aceptando silenciosamente el fin que me esperaba.

A lo lejos oí el eco de una voz. Me animaba a seguir luchando, a recuperar mis fuerzas y no dejarme arrastrar. En ese instante volvió a mí toda la energía que perdí. Rompí a llorar y dejé que todo el miedo escapara resbalando por mis mejillas. Una a una, las lágrimas iban agotándolo, destituyendo el cruel gobierno de la oscuridad para volver a reinar la paz interior. Respiré una bocanada de aire fresco, todo había pasado.

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