sábado, 31 de enero de 2009

Agosto

Curvas, líneas, puntos rojos, esbozos de sonrisas, zapatillas, dedos, bocetos y tinta derramada sobre el lienzo. Todo era confusión en aquel rincón donde sin embargo estaba a gusto. Nadaba entre imágenes oníricas e irracionales que se entretejían entre gritos y susurros. Un dictado del pensamiento sin que interviniese la conciencia que etiqueta las cosas atendiendo a su preocupación estética y moral impuesta por la sociedad. El genio es el más prolífico y auténtico creador de todo lo que existía allí. Le fascinaba esa sensación de libertad. No había prejuicios, ni ideas disparatadas, no había niños señalando con el dedo sino él. Lo suyo.

Aquello no parecía tener lugar en la mundanal percepción a la que estaba sometido. Una figura humana trataba de guardarse en su cajón derecho los últimos gritos del ocaso. El mar escondía bajo sus olas los últimos retoques de la poesía plasmada en las nubes de la arena. El pie de una roca se apoyaba sobre la superficie de un puño que sostenía fuertemente el filo de la espada de la lógica, naciendo así un manantial de sangre y dolor al servicio del lujo.

La técnica era perfecta, nada que criticar al realismo tan demandado en su época. Vivos colores manchaban el escenario de aquella representación donde tenía el papel protagonista, pero la función se estaba representando y nadie le había dado el guión. Era un mundo sin reglas, sin preocupaciones morales que le fascinaba e inquietaba al mismo tiempo. Pensaba en la posibilidad de vivir eternamente en aquella batalla a la razón, pensó que realmente sería feliz entre aquellas incongruencias. Aire. Tempestad. Aislamiento. Inquietud. Sangre. Ritmo. Animación. Inmarcesible. Saliva. Derrame y en definitiva automatismo. A veces se sentaba en el escritorio con la mente en blanco, cogía su pluma, un cuaderno y escribía las sensaciones y percepciones del momento. Era el único instante en que realmente sentía cómo su yo escapaba entre desgarradores gritos de la esclavitud a la que estaba sometido.

De alguna manera sabía que no podía permanecer allí eternamente. Rió y disfrutó de aquella fiesta para sus sentidos consiente de su pertenencia a lo real. Le consolaba pensar en su regreso, ese sitio siempre estaría disponible y no habría que hacer colas, reunir dinero, buscar compañía o estar alerta. El arpa tocó sus últimas notas, era tiempo de regresar al mundo de la hipocresía, de la crítica, de la supervivencia, de las mentiras y, sobretodo, del amor. Al menos con él se sentía con fuerzas de enfrentarse a todo aquello que tanto odiaba.

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