sábado, 31 de enero de 2009

Diciembre

-->
“Golpea su pecho contra el suelo, siente cómo se retuerce de dolor y grita como un loco maniatado que no ha tomado su dosis. Presiona sus pulmones, contempla cómo su sangre crea un riachuelo que emana de esa fuente de rencor e insignificancia. Disfruta el momento, es todo un espectáculo para los sentidos. No tengas piedad.”

Hizo una parada y se quedó inmóvil con la mirada perdida. Estaba respirando aire puro, el mismo aire que aquellos bárbaros sin corazón. Pero iba a salvarles, iba a honrar a los suyos. Su sueño era ser un héroe de vuelta a casa para demostrar a su familia lo mucho que vale; estaba harto de los comentarios de siempre. Él cambiaría todo en esa desconocida tierra de nadie.

Encendió un cigarro. Nunca le ha gustado fumar, pero tampoco se ha planteado dejarlo; hay cosas que simplemente se hacen por inercia y es mejor así. ¿Qué pasaría si una gota de agua decidiera ir a contracorriente? ¿Qué pasaría si no sólo fuera ella, sino que sus compañeras se le unieran animadas por el sueño de ser diferente, por el sueño de la libertad? ... Le dio su primera calada, él se limitaba a vivir. Sintió el humo dentro, correteando por su pecho. Lo expulsó muy lentamente.

Quería acabar cuanto antes con todo, no le gustaba ni el sitio ni la gente. Aquellos salvajes hacían sentir aquel lugar como el más lúgubre de la tierra. Las plantas no crecían, el sol no brillaba, las ramas de los árboles se enredaban y trataban de extenderse como si de una guerra se tratara, los insectos vagaban sin rumbo, anhelantes de vida; todo era silencio y oscuridad. Aquella oscuridad que reinaba sobre todo el territorio, la misma que se sentaba a la mesa en al taberna de Ruby, solía pedir un trago de vodka y hablar de sueños, mujeres y libertad. Sobretodo libertad.

Habían sido dos años eternos. Las tropas estaban cansadas psíquica y físicamente, pocos soldados mostraban ese brillo en los ojos que les animó a participar en la contienda. Se habían acostumbrado a despertarse con los bombardeos, con los misiles que impactaban contra el suelo con la fiereza de un choque entre dos continentes. No eran sólo balas y proyectiles, eran ideas las que estallaban, las que desgarraban, las que gritaban y mutilaban. Era duro, pero un hombre debe ser firme en sus decisiones y la suya era terminar lo empezado; no había marcha atrás.

De pronto una lluvia de disparos interrumpió sus pensamientos. Sonó la alarma, todo pasó del inicial estado de reposo al de locura en cuestión de segundos. Tanques, aviones, gritos, rifles, soldados, helicópteros y ametralladoras se movían impulsados por el himno de la nación. Con él no había hambre ni cansancio, era el motor que mantenía en funcionamiento todo el sistema siendo tan sólo unas notas mal colocadas sobre un pentagrama.

Tiró el cigarro, cogió el arma y se dispuso a encontrar el motivo de esos disparos. Sus pasos se confundían en ese desfile caótico, todo estaba nublado y confuso. ‘Hoy daremos un espectáculo brillante, estaremos más cerca del fin’, pensaba en voz alta.

Bárbaros y primitivos, bestias carentes de sentimientos, máquinas humanas guiadas por instintos. Hombres, mujeres, ancianos y niños. Todos estaban sometidos al odio. Son el diablo personificado; nuestro deber es aniquilarlos, extinguir la raza, imponer el bien y la razón sobre aquellas criaturas. Libertad. Valor. Civilización. Igualdad.

Las palabras bailaban en su mente como si no fueran a cansarse nunca sabía que tendría que acostumbrarse al desfile de movimientos que se habían instalado en su cabeza.

El llanto de una niña le hizo desviarse. Se acercó lentamente a unas ramas de donde provenían, estaba a escasos metros delante de él. Aquella niña no era diferente al resto de salvajes, era la viva imagen de ellos y como tal debía ser aniquilada; nada podría pararle y menos una insignificante cría. Tenía que regresar con la tropa y no podía perder más tiempo. En sus ojos se dibuja la inocencia, sus tardes en brazos de su abuelo, sus planes de dirigir un ejército poderoso.

‘Vamos, valiente. Haz lo que has venido a hacer y lárgate. Es una mocosa, ¿no lo ves?’, ‘Se parece tanto a Johanna, ¿qué estará haciendo ahora mismo? ¿Esperará a su padre mientras peina sus muñecas?, ¿se alegrará al verme?’. 

Una gota de sudor acarició su frente. Johanna le recibiría con lágrimas en los ojos. Las mismas que caían sobre sus mejillas y nublaban su pensamiento. Se desplomó. Ahora sólo el silencio estaba entre ellos dejando escapar a la pequeña. Aquella criatura era la peor de las bestias, bajo su aparente aspecto de ángel escondía la fuerza necesaria para derrotar al más terrible enemigo. No era un soldado, en realidad nunca lo había sido. Fueron momentos de confusión y desesperación. De una bala nacía un río con sabor a derrota.

No hay comentarios:

Publicar un comentario