domingo, 13 de marzo de 2011

Calling

Estaba cerca. Llevaba ya dos horas trabajando. Había tomado un zumo y unas tostadas para desayunar y arranqué el coche oyendo la emisora de siempre. Eran mis últimos minutos de vida y estaba paralizado. El miedo y la falta de tiempo te hacen sudar y pensar eficazmente en soluciones rápidas. No piensas, sólo actúas. Toda mi vida había pensado en cómo moriría, qué diría, con quién estaría, qué música quería para mi funeral, a qué médico debían venganza mis hijos. Nunca lo imaginé así.

Quería despedirme de mucha gente. De mis padres, de mis hijos Carl y Evan, de mi mejor amiga Sarah, de Edward, de mi primera novia Evey y de la zorra de mi exmujer. Se había llevado la custodia de los niños además de la casa, el perro y parte de mi sueldo mensual. El mismo que me da cada fin de mes su marido, mi jefe. Me destrozó la vida, nunca quise saber más de ella. Pero ahí estaba, marcando su maldito número mientras pensaba en cuánto la odiaba. Esa fue la llamada, la última, la única persona de la que pude despedirme: fue ella.

Por qué lo hice no importa. Sólo lo hace el que estaba sobre el suelo llorando, sosteniendo con mis manos temblorosas el aparato asustado como un niño y diciéndole que la amaba, que siempre la llevé en mi corazón, que lamentaba no habernos podido hacer felices como prometí, que no quería que se olvidara de mí y que la cuidaría siempre desde la distancia. La odiaba con todas mis fuerzas, es verdad, pero eso sólo era la consecuencia visible de lo tantísimo que la amaba.

Esos segundos antes de morir comprendí qué es la vida. Irónicamente, cuarenta y ocho años después. Y, ¿saben qué? No es tan complicado. No busquen teorías científicas, no busquen explicaciones lógicas. Toda la vida se comprime en los momentos previos a la muerte. Sólo entonces te das cuenta de en qué ha consistido la tuya, qué es lo fundamental, qué te hace ser quien eres. Y que has malgastado tu juventud intentando ligarte a la rubita popular.

No es tu nombre, ni tu familia, ni tus amigos o enemigos, ni tus gustos personales o problemas. Es el asiento en que te ha tocado estar durante el vuelo y el despacho que te asignaron cuando te dieron el trabajo. Cuando llamé a Claire me di cuenta de quién era yo: un complejo rompecabezas, una capa de maquillaje tras otro que ocultaba lo que realmente somos más allá del miedo y del orgullo.

Sí, sí, ahora lo pueden ver cursi desde sus asientos, desde sus sofás mientras oyen la tele de fondo y eructan cerveza.

El suelo temblaba y el fuego iba invadiendo los pisos superiores. El mío era el ochenta y dos. Despacho siete. Oía a la gente gritar y amontonarse en las escaleras. La gente lloraba o caía frente a mi ventana sin paracaídas y con los brazos abiertos esperando abrazar la muerte.

La respuesta a la pregunta qué es la vida es otra pregunta:

¿A quién llamarían ustedes?



¿Quizá al 911?

3 comentarios:

  1. Yo lo que me pregunto es si cuando me esté muriendo esa persona me cogerá el teléfono ya que es una pesada que siempre lo tiene en silencio ò_ó

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