miércoles, 11 de abril de 2012

En papel

Querida mamá:

Lo hice. Por fin lo hice. Cumplí lo que me propuse. Estoy escribiéndote desde el otro lado de las rejas, y no me arrepiento.

Te escribo como a mi madre, pero no te conozco más que al carcelero que me abre las puertas. No tienes cara ni cuerpo. No tienes voz ni olor ni unos andares que pueda recrear. Solo tengo un recuerdo tuyo: era verano y estábamos de vacaciones en una ciudad del sur de Francia. Entramos a una tienda y yo cogí un marcapáginas de cartón plastificado que estaba expuesto en el mostrador junto a otros. Tenía imágenes de la ciudad donde estábamos y lo doblé varias veces. Me lo guardé en el bolsillo del pantalón y te lo enseñé cuando salimos de la tienda, como un trofeo. Tú me gritaste y me cogiste de la mano para devolverlo. Retrocedimos el camino y le explicaste avergonzada todo a la dueña de la tiendecita, que yo pensaba que era publicidad turística y por eso lo cogí. Eran cinco francos, mamá. Lo recuerdo aún.

No me hice policía como soñaba en esa época, sino cartero. No tuve que opositar, fue fácil. Lo hice por ti, para saber de ti. Llevo cinco años recogiéndolas, almacenándolas, leyéndolas por ti. Tu nombre y apellidos bastan. Guardé esas cartas que ni eran de ti ni iban para ti. Tengo un santuario donde las coloco por orden alfabético. Abrahams y Pherson acumulan una estantería entera para ellos, son tan populares que los odié.

Exige que te las den y no pares hasta conseguirlo. Es mi ofrenda. Quiero que te quedes con ellas, que sueñes con las historias que se cuentan y vayas poniendo un marcapáginas conforme las leas.

No conseguí localizarte, pero ahora tú sí puedes encontrarme a mí. Dicen que he salido en las noticias.

Hasta pronto, mamá.

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