jueves, 2 de agosto de 2012

Para Lea


Te conocí en un ya alejado mes de agosto. Yo trabajaba entonces en una heladería de Gran Vía y entraste a pedir un batido. Lo querías de fresa y café, lo recuerdo todavía. Llevabas el pelo recogido con un pañuelo azul y blanco. Me fijé en el tatuaje de tu cuello y en tus pantalones a cuadros. El rojo de tus pintalabios llamaba la atención. Me enamoré de tu dócil mirada desde el momento en que la clavaste en mí. Me sentí llamado, como tocado por algún dios.

Te despediste y pedí unos minutos a mi jefe para un cigarro. Te seguí. ¿No te parece romántico? Por el camino llamaste por teléfono a tu madre y pude saber algo más de ti. Vivías tan cerca de la heladería que podría ir a visitarte en mis descansos. Durante tres meses aprendí mucho y lo anoté todo para no perder detalle: tus grupos favoritos, tus manías, tus experiencias con los chicos, en qué cajón escondes el chocolate, cómo odias que te digan qué hacer, tu colonia, tu inusitado carácter con los chicos, tu rutina al llegar a casa por las noches y hasta los más secretos detalles que nunca has contado a nadie y que escondías en tu diario. Tampoco me fue nada difícil saber tu única contraseña, es muy común poner el nombre de tu primera mascota, deberías tener cuidado con eso. Comprobar tu correo me facilitó mucho las cosas. Eres bastante transparente, ¿lo sabes? Es algo que adoro de ti.

Aprendí a ser quien tú querías que llegara a tu vida. Me compré botas, una chaqueta de cuero y estuve meses escuchando tu música y leyendo tus clásicos favoritos. Tú seguiste viniendo a la heladería; cada día estaba más enamorado de ti y era más difícil controlar mis salvajes impulsos. Cuanto más leía tus mensajes y notas de tu diario más me costaba mantenerme alejado; te convertiste en mi droga.

Tuve que demostrarte que ese al que llamabas novio no te quería. No merecías estar con alguien que no te vigilaba ni cuidaba tanto de ti como yo lo hacía. Fue cosa mía, es verdad. Estuviste semanas encerrada en casa llorando y sin comer nada; tampoco mis batidos. Me mantuve al margen, necesitabas tiempo para aceptar y superar su muerte. Estás preciosa cuando lloras sobre la cama, la sombra de ojos resbalando sobre tu carita es una obra de arte.

Esas semanas estuve más pendiente de ti que nunca a través de la ventana que daba a tu habitación, fui tu ángel de la guarda. Pasaba las noches en tu parque entre mantas, esperando el momento en que salías de la ducha solo con una toalla de manos que le robaba el espacio a mi extraordinaria imaginación. A veces ni siquiera te molestabas en ponértela. Fueron noches gloriosas. Todavía conservo las fotos de esos momentos, te las enseñaré cuando quieras. Te puedo pasar el enlace, de todas formas.

Teníamos que estar juntos, ahora lo sabes. Recogí la carta de admisión de tu universidad del buzón. No era conveniente que te fueras a Lisboa a estudiar, tan lejos de mí. Había trabajado demasiado, habían sido demasiadas noches en la calle y sin dormir para perderlo todo por algo tan frágil y perecedero como es una carta. Eres tan extraordinaria que vales mucho más. Mereces que lo den todo por ti. ¿No es lo mejor que nos ha pasado?

Por fin me sentí preparado y me decidí a hablarte para invitarte a un café juntos aquel 25 de mayo de hace ocho años y todo salió a la perfección, míranos. Estaba deseando que llegara este día para contarte todo lo que siento y lo que luché por tu felicidad. También quiero contárselo a nuestro hijo algún día, juntos, cuando crezca y nos pregunte por nuestra historia de amor. De momento debemos centrarnos en que salga de tu barriguita sano y fuerte. Solo quedan dos meses y estoy tan impaciente que a veces tengo ganas de abrirte y abrazarlo.

Hoy, delante de todos nuestros familiares y amigos, aquellas personas con las que hemos caminado todos estos años, en esta mesa que compartimos llena de buen vino y cubiertos que ni siquiera sé nombrar, yo visto de negro con pajarita y tú estás preciosa de blanco. Este discurso que estoy pronunciando es mi regalo y quiero que lo recuerdes toda tu vida. Lea, esta mañana me he sentido el hombre más feliz del mundo al escuchar de tus labios las dos palabras que espero desde que por primera vez me clavaste tus pupilas y tu mirada me pidió que te hiciera mía: Sí, quiero.

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